Por Rosario Hasperue
Para el actual sistema, la mujer embarazada ideal es aquella que sigue sumisa los protocolares controles médicos, estudios muchos de ellos innecesarios, curso de preparto y parto intervenido. La mujer modelo es la que hace caso, no cuestiona, no pide nada, no grita, no protesta, no demanda. Un poco mas tarde, la madre ideal es la que consigue el mejor coche, el mejor bolso y mas lleno de accesorios; más consulta a su pediatra sobre las necesidades de su propio hijo; sigue al pie de la letra las recomendaciones de la industria láctea; y da medicamentos ante la primer línea de fiebre. Esto suele ser asi, porque una mujer de parto que no cuestiona, corre el riesgo de convertirse en una madre que no cuestiona. Al contrario, que tiene tendencia a defender las razones del sistema para vendernos cualquier cosa. Así perdemos soberanía sobre la crianza y delegamos en las compañías de juguetes, las empresas de marketing televisivo, industria cinematográfica o en el mundo virtual de las redes sociales. Que allí naveguen o naufraguen, depende del nivel de acompañamiento.
Un parto respetado y una crianza consciente se inscriben en un nuevo paradigma donde se pretende avanzar hacia otro tipo de sociedad desde el núcleo primario. Es posible también hablar de la importancia de lo particular sin necesidad que confronte con lo colectivo. De hecho la tendencia es empezar a valorar los procesos de individuación, de respeto por las potencialidades intrínsecas de cada sujeto, en el marco de lo universal. No solo es posible romper con los prejuicios respecto a la importancia de ayudar a cambiar el mundo desde nuestros micro-mundos, sino que es necesario.
Es en nuestros hogares también donde cotidianamente se liban batallas ideológicas de gran envergadura. Desde como orientamos nuestros hábitos de consumo hasta la construcción del sentido común. Para este sistema el saber siempre viene de afuera y de arriba. Del que está en otro lado y tiene más diplomas o más dinero. Nos olvidamos a veces del saber y el poder que está ahí dentro nuestro, que viene de nuestra naturaleza humana, de siglos de experiencias acumuladas en el ADN de nuestra especie. Sin embargo, no le prestamos atención, y lo delegamos constantemente. Sin darnos cuenta, vamos perdiendo gobierno sobre nuestros cuerpos y verdaderos deseos.
Es sano hacer el ejercicio de preguntarse si los conocimientos de crianza instalados socialmente por la cultura moderna tienen validez en este momento histórico. Animarnos a preguntarnos si no es posible permitir que nuestros hijos construyan un nuevo mundo desde sus propias subjetividades, acompañándolos, guiándolos sin imposiciones. Admitir que es posible aprender de ellos. Que no es tan bueno que se acostumbren como nosotros a las desigualdades e injusticias del mundo al que hoy pertenecemos.
Los entornos de socialización cambiaron a la par de la revolución científico tecnológica del siglo XXI. El mundo cambió y pretendemos seguir sostendiendo pautas educativas de la escuela sarmientina del siglo XIX. Todo está en crisis, no solo la educación. Los Estados, las religiones, las economías, las familias, el rol de la mujer, el patriarcado, hasta la forma de parir y de nacer.
Desde esta perspectiva, la forma de parir y de nacer se constituye como un dato político. En definitiva se trata del poder de la mujer. O somos sumisas mujeres, y dejamos que nos acuesten y nos intervengan desde el parto hasta la crianza, o nos decidimos a tomar nuestro poder de parir, escuchamos la sabiduría ancestral de nuestros cuerpos, y luego nuestra conexión con nuestros hijos e hijas, única e irremplazable. Una embarazada poderosa, es una mujer que pare con poder y es una madre con poder capaz de criar hijos libres e independientes.
Sino somos conscientes de que el cambio inicia desde que llegamos a este mundo, es muy difícil lograr ese cambio. El sistema hegemónico lo sabe bien, por esa razón disciplina mujeres desde el embarazo.
Pero la evidencia nos demuestra poco a poco que ese esquema de sometimento esta llegando a su final. Los datos hablan por si solos. Según el trabajo “Mortalidad Materna, Abortos y Cesáreas” del Instituto de Estado y Participación del área de Salud de ATE, en la Argentina más de 300 mujeres se mueren al año en los Hospitales por causas vinculadas al embarazo y parto. La mayor parte muere por sobre intervención, o su contracara, la no intervención a tiempo.
El sistema nos quiere institucionalizadas a la hora de parir, pero el 56% de las maternidades no cumplen con las condiciones médicas necesarias. 300 muertes maternas es un número altísimo.
Ante este panorama, cobra mayor relevancia la necesidad de que se aplique la Ley de Parto Respetado N°25.929, que permita a las mujeres contar con información para elegir cómo y dónde parir. La Violencia Obstétrica, es una de las modalidades de violencia hacia las mujeres tipificada en la Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradica la Violencia Contra las Mujeres.
En estas normas, se reconoce que existen intervenciones innecesarias y de que existe maltrato por parte del personal de salud y de las instituciones sanitarias sobre las mujeres. Aunque contamos con estas leyes, cuando las mujeres cuestionamos algunos protocolos de intervención, muchas veces se nos acusa de no tener conocimiento médico para poder opinar. A eso respondemos, que las madres no necesitamos hacer una carrera de medicina para entender a nuestro cuerpo si realmente nos conocemos y nos conectamos con nuestra naturaleza.
Si necesitan números, el 82% de las embarazadas en nuestro país son mujeres sanas que no requieren ningún tipo de intervención. Lejos de eso, las estadísticas indican que se producen más de 50% de cesáreas. La cesárea se instaló como un parto más seguro, sin embargo, se trata de una operación abdominal que es la mayor causa de mortalidad materna. El resto de los partos son inducidos, medicalizados, y/o con protocolos que interfieren el proceso natural. Luego separan a las madres de sus bebes desde el primer minuto incluso cuando no hay razon medica de hacerlo.
Hoy, solo las mujeres muy informadas o que tienen la “suerte” de conocer un equipo médico respetuoso, puede parir sin violencias. Afortunadamente, estos equipos de salud comienzan a crecer en número. Es un desafío de la sociedad toda que el parto respetado no sea la excepción sino la regla. No es necesario ser madre para involucrarse en esta causa, todos nacemos de algún modo. Y ese modo condiciona en cierta medida la manera que percibimos el mundo. ¿O acaso creemos que da igual nacer en un entorno amoroso que nacer con violencia y pasar los primeros momentos de vida sobre una fría mesa de nursery? ¿En serio todavía dudamos de que da igual cuidar a una mujer embarazada que someterla a maltrato? ¿Cuánto tiempo nos falta para darnos cuenta que pinchar, manipular, pesar e introducir sondas innecesarias al minuto de nacimiento y solo por rutina en nuestros bebés no es más que una tortura?
Todas esas violencias indefectiblemente emergen luego de otras formas, y sin lugar a dudas le dan sustento a esta sociedad violenta.
El embarazo, el parto y la crianza son territorios en disputa. Ideológicamente atravesados. Es hora de cuestionar y de cuestionarnos. Si probamos cambiando las formas de parir, de nacer y de criar ¿no podremos estar más cerca de lograr ese mundo necesario?