La fugacidad con que actualmente la rapidez de las comunicaciones a lo largo y ancho del planeta nos permite transitar de un tema a otro, a veces se vuelve un obstáculo para recordar la importancia de algunos problemas urgentes que desaparecen de la agenda tan rápido como surge una nueva primicia en los medios de comunicación masivos.
En ese sentido, elegimos poner la lupa en una cuestión particularmente apremiante, porque al calor de los tiras y aflojes de la diplomacia y la política exterior se cuece el drama de numerosos trabajadores y trabajadoras, familias, niños y niñas que arriesgan su vida con la esperanza de encontrar un futuro mejor al cruzar las costas de Siria, Libia u otras regiones de Oriente Medio y África asediadas por la guerra y la crisis humanitaria: nos referimos a la crisis migratoria que hoy le quita el sueño a Europa.
El primer escollo que debemos superar para poder reflexionar en profundidad y seriamente cómo resolver un problema de semejante envergadura para las vidas de miles de personas consiste en recalcar, una vez más, que hablamos de una crisis que se relata como europea pero tiene su foco en los países de origen de los migrantes, asolados por guerras por el control de recursos estratégicos y conflictos étnico-religiosos. Y a su vez, atañe a un problema más general que es el de la movilidad de las personas a través del mundo. Movilidad que no alcanza el mismo grado de libertad -y esto no nos sorprende- que la de capitales, bienes y servicios.
Asistimos a pomposas cumbres de diplomáticos y funcionarios de países miembros de la Unión Europea para discutir soluciones: los mayores resultados han sido el establecimiento de «cuotas» máximas de personas que los países miembros se comprometen a albergar, sin la respuesta que amerita el problema de origen.
Seamos claros, mientras observamos como se articulan mecanismos de cooperación y coordinación supranacionales para dar respuestas globales al comercio interregional y las más audaces transacciones financieras entre polos opuestos del globo, no ha habido aún una sola iniciativa para promover una respuesta global al drama de todos aquellos migrantes que ven vulnerados sus derechos a la libre circulación y a elegir donde apostar por construir sus vidas sin ser estigmatizados, expulsados, atacados o explotados con consecuencias incluso mortales.
Mientras que los medios de comunicación masivos casi no reflejan el estado de situación actual, dando a entender que la crisis ha mejorado, se ha quintuplicado el número de migrantes que han arribado a Europa durante febrero pasado respecto al mismo período del año anterior. Asimismo, de los 160.000 refugiados que esperan asilo en la UE entre Alemania, Finlandia y Francia apenas superan los 250 migrantes acogidos formalmente con estatus de refugiados. Aún más, durante el último trimestre de 2015 se han rechazado masivamente las solicitudes de estatus de refugiado en Francia (74%), Reino Unido (63%) y Alemania (50%).
Si bien aquí tomamos el caso particular de la migración hacia Europa, el problema de la libre circulación de las personas es transversal a todo el planeta más allá de la región. Sin embargo, vemos que las soluciones adoptadas frente a la crisis migratoria se han basado principalmente en respuestas nacionales, decididas unilateralmente sin consensuar una política con los países de origen de los ciudadanos migrantes: 2015 fue el año de los «muros» y por ello mismo también el año de la vergüenza y la desidia. A la par del crecimiento exponencial de la crisis migratoria en todo el mundo, se han construido vallas y muros bajo el deshonesto pretexto de «proteger a los refugiados» y «evitar una catástrofe humanitaria», intentando esconder un explícito chauvinismo con cada ladrillo que se sumaba a esos nefastos muros. Marruecos, Ceuta-Melilla, Cisjordania, Hungria, Macedonia, Francia, Túnez, Austría e incluso Argentina han elegido el camino de medidas efectistas de corto plazo que no resuelven los principales riesgos de la migracion y la vulnerabilidad de los migrantes. Motivo por el cual los migrantes alimentan las redes globales de trata y tráfico de personas, engrosan la cifra de personas explotadas, privadas de sus derechos fundamentales, y culminan en muchos casos en la muerte.
El caso de Argentina es paradójico: se ha erigido un muro en la zona de frontera de la ciudad de Posadas -en el Norte argentino, zona fronteriza con Paraguay-, el cuál no podemos menos que repudiar porque significa una vergüenza para el Mercosur, un retroceso para la integración regional y un atentado contras las comunidades de ambas orillas.
Cada uno de estos muros en todo el mundo significa la vulneración de todos los derechos que reclamamos: a migrar, no migrar, a permanecer y a retornar libremente. Todas estas respuestas inmediatistas convierten a los migrantes en rehenes del azar al que son sometidos cada vez que una valla les impide escapar de su situación de vulnerabilidad o su estatuto de refugiados les es negado. Hablamos de familias que son separadas, niños que pierden contacto con sus padres y tienen que valerse por sí solos, sin protección frente a la amenaza del abuso y avasallamiento de sus derechos humanos más fundamentales.
Al día de hoy, 11 mil niños y niñas han fallecido ahogados en busca de un mejor futuro escapando de guerras, asedios exteriores por motivos geopoliticos de las grandes potencias y crisis humanitaria. Una vez más instamos a todos los gobiernos a concebir la cuestión migratoria como fundamental para el respeto de los DDHH y en particular los derechos de jóvenes, adolescentes y niños con una mirada centrada en la libre circulación, el derecho a migrar, no migrar, a permanecer y a retornar libremente, tal como proponemos a través de la Plataforma de Desarrollo de las Américas (PLADA) desde la CTA- A. No puede haber más lugar a la estigmatización, persecución y desplazamiento de los migrantes.
No podemos permitir un mundo donde el dinero circule con mayor libertad que las personas.
Fuente: AgenciaCTA