Rosario Hasperué, Foro por los Derechos de la Niñez, la Adolescencia y la Juventud de la provincia de Buenos Aires
No tengo registro de cuándo fue la primera vez que vi a un niño o a una niña en la calle. Como toda habitante de ciudad – de clase media- me crié en una geografía en donde la calle es considerada peligrosa.
El tránsito, los delitos, las personas apuradas, las motos sobre las veredas rotas, el cuento del temible “hombre de la bolsa”, todo eso configuraba un escenario cual bosque tenebroso de caperucita, donde el lobo moderno acechaba a la vuelta de cada esquina. Tal vez por esto, los niños y niñas de ciudad no conocemos la Rayuela fuera del patio de la escuela, y aprendemos a defendernos de todo y de todos antes de llegar a la pubertad.
Los chicos en situación de calle-para mi niña de clase media de ciudad- fueron siempre parte de esa escenografía. Lo que siempre llamaba mi atención, era cómo esos niños y niñas podían sobrevivir a todos los peligros humanos, además de las inclemencias del tiempo. Era como si hubiera dos mundos en donde existiera una niñez frágil a proteger y una niñez irrompible- hija de nadie- que podía soportarlo todo.
Una vez, ya era adolescente con inquietudes sociales, acompañé a una madre de un barrio muy pobre a buscar por el centro a sus hijos que no habían vuelto desde el día anterior a la casa. Caminé junto a esa madre por las mismas calles céntricas de mi ciudad donde diariamente era consumidora de ropa, calzado, golosinas, por las mismas calles por las que uno está siempre de paso, pero sin embargo la sensación era distinta. De repente sentí que estaba caminando en una dimensión paralela. Eran las mismas calles pero también eran distintas. Los peatones consumistas me resultaban extraños, sentía que no nos veían. Porque yo estaba caminando con una madre de un barrio de la periferia, que solo recorre el centro para vender flores o estampitas, pero esta vez en búsqueda de sus hijos que como otras veces dormían a la intemperie en una plaza, cuando no llegaban a juntar las monedas para el micro de vuelta. Y los buscamos por los circuitos que ellos frecuentaban, y conocí a personas diferentes, y descubrí los banco-camas, las veredas-mesas-los negocios con sobras. Hablé de igual a igual con niños que ahora me hablaban diferente, porque yo no estaba en la otra dimensión, en la de la clase media acomodada, sino que estaba en la de ellos, en la de los buscadores de propinas. El centro no era para esta gente un lugar de consumo, de paso, sino su fuente de trabajo, el lugar que hacía de refugio. Sí, sentí que estaba en ese centro pero que era más de ellos, de los que viven allí, y todo el resto, y yo en otro momento, éramos solo personas de paso. Así conocí el mundo de la calle.
Luego volví a la rutina. Sentí dolor muchas veces que vi a algún niño o niña pidiendo moneditas, hice caso del consejo de un amigo (si tenía les daba, sino no, sin dar vueltas morales) y nada más, porque los que estamos en este mundo-el de los consumidores- creemos que no podemos hacer nada más. Y porque efectivamente, en la vía pública y en los medios de comunicación hay miles de carteles con mensajes publicitarios para vendernos cualquier cosa, pero ninguno que nos diga a dónde acudir o qué hacer cuando vemos a un niño o niña en situación de vulnerabilidad.
Muchos años después, fue una chica embarazada que vivía en la puerta del edificio enfrente de mi trabajo, quien volvió a acercarme a este otro mundo. A partir de allí, fueron dos años en la búsqueda de un hogar, de aliados, de intentar que el Estado abordara la problemática profunda, con todas sus dimensiones. Pero claro, para solucionar un problema, primero hay que conocerlo.
Cuando la conocí a Rocío volví a sumergirme en este mundo paralelo, que tiene sus propios códigos y estrategias de supervivencia. Pero también tiene muertos y crímenes impunes. A Rodrigo Simonetti lo asesinaron en la calle cuando tenía 11 años, abría las puertas de los autos frente a un supermercado, las autoridades provinciales se jactaban de que estaba “bajo programa” porque hacía dos o tres talleres semanales. Pero algunas funcionarias con las que tuve el placer de discutir afirmaban que existe tremenda bibliografía que da cuenta de que los chicos quieren estar en la calle. Claro, que mejor manera que justificar su inacción y mala praxis.
Cuando conocí a Rocío también conocí la peor cara de la burocracia del estado, conocí programas inexistentes gestionados por personas descorazonadas. Lugares poco dignos, comidas sin nutrientes. Todos los dispositivos estatales para personas en situación de calle eran expulsantes, ineficaces, anacrónicos, disociados de la realidad. Las veces que hubo programas serios, fueron desmantelados. Porque principalmente para abordar este tema se necesitan personas y espacios adecuados. Se necesitan recursos.
Rocío estaba embarazada de 4 meses y no querían alojarla porque decían que era “problemática”. Claro! cómo no va a ser problemática una persona que está en situación de calle! totalmente ridículo el enfoque y las reglas de estos lugares. Hechas para personas que no lo necesitan.
Desde el Foro por los Derechos de la Niñez, a la par de llevar adelante acciones por el derecho a una vivienda de personas en situación de calle y acompañar el reclamo de Rocío y otros niños, niñas y madres, desarrollamos durante los años 2012-2013 y 2014 un trabajo de investigación en conjunto con practicantes de Trabajo Social de la UNLP, a través del cual pudimos acercarnos aún más a la realidad de la calle. Lo hicimos buscando recuperar la palabra de los niños y niñas con el objetivo de hacerlos parte del abordaje de la problemática que los involucra y de las posibles alternativas para revertir su situación. También nos acercamos a los actores del Estado y organizaciones con proyectos y programas destinados a personas en situación de calle. Presentamos públicamente los resultados de las investigaciones en una jornada del Consejo Local de promoción y protección de derechos de la Niñez en el 2012 y en el Encuentro Nacional de Niñez del año 2014.
Si algo nos enseñó la experiencia en calle, es que según la institucionalidad existente, las personas en esta situación padecen todos o al menos cinco de estos 10 problemas: Ausencia de familia;Familias problemáticas, con lazos rotos, en situación de pobreza; Falta de hábitos de higiene; Falta de hábitos de convivencia; Dificultades para establecer una rutina; Dificultades para cumplir con horarios o pautas rígidas; Dificultades para sostener actividades que demanden planificación; Adicciones- problemas de salud; Problemas con el delito;Falta de educación (escolarización).
Paradójicamente, aunque las mismas instituciones consideran que los problemas descriptos son causa de expulsión en algunos casos, ninguna está preparada para abordar eso. Poseen reglas y horarios difíciles de ser cumplidos. Exigen compromisos o conductas que están a contramano de los hábitos adquiridos. Además, en su mayoría son lugares lúgubres, oscuros, poco cálidos.
Los chicos en situación de calle son dueños de sus propias reglas, las conocen, las acatan porque es parte de su supervivencia, el consumo y el delito en algunos casos es parte del circuito y parte del “pertenecer”. Tienen una enorme necesidad de pertenecer a algún sitio, y ese sitio es la esquina, es la plaza, es la puerta de un edificio. La única rutina que conocen es la que los mantiene vivos, saben quien trabaja en donde, cuando, en que casa, iglesia, institución o restaurante les van a ofrecer algo de comer. En qué cyber les permiten quedarse mucho tiempo. La mayoría sabe usar computadores y tienen perfiles de facebook. Consiguen los mejores celulares. Conocen los refugios a donde acuden solo las noches de mucho frío. Pero no son propuestas que les interesen demasiado. Solo tienen para ofrecerles reglas, sermones y promesas de un futuro mejor que no les interesa porque no pueden imaginarlo. Son chicos que solo conocen su crudo pasado y el presente. El día a día. Las personas con auto, los bien vestidos, los que tienen un hogar, son de “otro palo”, de otro mundo, de otra dimensión. Ellos lo sueñan pero sienten que no es para ellos, que nunca les va a pasar.
Del Estado lo que más conocen es a la policía, y en el día a día solo tratan de zafar de “la cana” y de los otros con los que entran en conflicto, por algún código roto o disputas de parejas.
Los gobiernos saben de los chicos y chicas en la calle por eso se la pasan diseñando programas absurdos, sin presupuestos. Si los gobiernos quisieran resolver el problema de los niños y niñas en la calle podría hacerlo porque cuenta con dos cosas: el dinero y el saber de tantas personas y organizaciones que se ocupan de ello.
Y los niños en situación de calle no necesitan tampoco más que dos cosas: una familia y un hogar. Dos cosas, dos derechos consagrados en tratados internacionales, leyes nacionales y leyes provinciales. El Estado tiene la obligación de hacerlas cumplir.
Esa noche encontramos a esos niños. Mucho tiempo después los volví a encontrar en un Instituto del Estado, su familia había terminado por desmembrase. Rocío vivió un tiempo en hogares para madres adolescentes hasta que cumplió los 18 años, de allí la expulsaron otra vez a la calle, con su bebé recién nacido en brazos. Luego llegó una medida de abrigo para ese bebé, y luego Rocío quedó embarazada nuevamente. Más tarde recuperó la tenencia de su primer hija. Así, durante otro tiempo la calle alojó a dos habitantes más, dos hermosas bebas que andaban descalzas en invierno.
Hoy Rocío continúa recorriendo oficinas públicas buscando alojamiento yendo intermitentemente a programas inútiles, ninguno adecuado a su real necesidad. Sus hijas están con una medida de protección. Alejadas de su madre, y de la calle, por un tiempo, quien sabe cuánto.
¿Podremos aprender algo de todo esto?¿Será necesario que continuemos haciendo informes e investigaciones sobre el tema? ¿O tal vez logremos generar esa red que proteja realmente, y esas niñas no vuelvan a repetir la historia?
Lo más valioso de mi experiencia personal y colectiva a través del Foro por los Derechos de la Niñez, son los sitios, organizaciones y personas que desinteresadamente se ocupan de los otros, y eso es lo que nos da esperanza. Tal vez logremos romper los muros invisibles de las realidades paralelas y logremos convivir en una única dimensión, en donde la calle no sea peligrosa y tampoco un hogar para personas que no encuentran algo mejor. Es necesario y urgente construir entre todos una opción verdadera, real, que pueda alojar y que sea elegida por estos niños y niñas día a día.
Hasta tanto, los niños y niñas en situación de calle son una gran deuda interna, del Estado y de toda la sociedad.