Por Rosario Hasperue
Rocío, como esas pequeñas gotas que mojan casi sin tocarte. Tan livianas que no se sienten, pero que empapan. Así es Rocío. O así llegó Rocío a mi vida. Y sola. Y en la calle. Y con un bebé en su vientre.
Primero conocí a Miguel. Miguel el vulnerable. El niño grande. El que dijo: “siento que no soy nada”. El que se quería recuperar de sus adicciones por amor. El que después de 8 años de calle, limpiavidrios, rosario en las esquinas, peleas, robos y cárcel, se enamoró. De ese amor callejero, de esa vida en el límite de la clandestinidad social, al filo de la muerte, surgió la vida. Y ese bebé en ese vientre nómade, que se gestó en la puerta de un edificio, le dio un motivo de vivir.
Y Miguel pidió ayuda. Un día se apareció en el Foro, con esa ropa maloliente, con el pelo pegado a la cabeza por la presión de la gorra, con esos ojos brillosos de niño sin niñez. Temblaba. Y lloró. Llamamos a todos los lugares que pudimos, pero los 20 años son como una edad maldita para ser joven y pobre. Entonces nos fuimos en auto a recorrer lugares, e irónicamente, los centros de prevención de adicciones estaban cerrados por el día de la salud. Y la clínica, a la que llaman “reencuentro”, la que debe tener una guardia, estaba vacía.
Miguel tomó un té, y volvió a la calle.
Otro día se apareció de nuevo. Se había peleado con su novia. Estaba nervioso. Temblaba. Otra vez los ojos brillosos. Compramos rosarios, con esa plata fue al locutorio a encontrarse con ella. Al día siguiente aparecieron los dos. Ella 17. Le hicieron firmar en la Dirección de Niñez municipal que no quería estar más en los hogares. Él 20. Ningún lugar albergaba a una pareja con edades imposibles para este Sistema que separa en 18 el derecho a la niñez de la juventud sin derechos.
Entonces empezaron a venir a cocinar al Foro. Una comida caliente. Fideos con menudos de pollo que les regalaban. Los dos, como adolescentes, peleaban y se besaban en cuestión de segundos. Y después, se metían en el facebook. Ninguno contaba con documento de identidad, pero los dos tenían cuentas en la red social. Se quedaban horas navegando en ese mar donde no importa quién sos realmente, si vas o no a la escuela, si tenés o no tenés un lugar para dormir.
Pero con la panza crecía nuestra preocupación. Hicimos notas explicando la situación de calle de la pareja, él decía que un amigo le conseguía un terreno y que en el patronato de liberados, donde estaba yendo a firmar, le iban a conseguir una casilla. Mientras, en el Sagrado Corazón les guardaban las frazadas. De día el locutorio y de noche la puerta de algún lugar. Entonces les conseguimos la posibilidad de quedarse en el comedor de una compañera. Y en eso estaban cuando discutieron por cosas de pibes. Él se fue enojado, ella también, y entonces no se vieron más. Rocío apareció en nuestra oficina llorando. Miguel había desaparecido, y él no desaparecía así. Cuando peleaban se venía al Foro. No la iba a dejar sola. Sin embargo esa noche Rocío durmió sola, un hombre la quiso manosear, ella tuvo miedo. Y Miguel no estaba. Llamamos a la novena. Nada. Temimos lo peor. Pero ella no podía quedar en la calle, embarazada. Llamamos al Servicio Local de Promoción y Protección de los Derechos de la Niñez. Pero ella había nacido en Lomas de Zamora, el municipio dijo que no se hacía responsable, que le correspondía a otro distrito. “¡Pero está en esta ciudad, sola y embarazada!”. Entonces llamamos al Servicio Zonal de Promoción y Protección de los Derechos de la Niñez.
– “Rocío, sí la conocemos, ella es de otro distrito, no nos corresponde”.
-“¡Pero está en esta ciudad, sola y embarazada!”.
-“¿Y cómo sabes que está embarazada?”
Increíble. Pero Rocío había ido al hospital por un golpe, y allí le detectaron el embarazo y le hicieron una ecografía que resultó ser como una prueba necesaria para que los personeros del sistema le creyeran. “Pero no podemos hacer nada”. Entonces hablamos con el Servicio Zonal de Promoción y Protección de los Derechos de la Niñez que corresponde a Lomas de Zamora. -“Rocío, sí, vamos a ver qué podemos hacer”. Todos conocían a Rocío. Porque a Rocío la institucionalizaron a los 9 años. Porque Rocío transitó de hogar en hogar, de sistema en sistema, porque estuvo 8 años bajo la tutela del Estado para llegar a los 17 en situación de calle, abandono y embarazo. Y en todos esos años el Estado no hizo más que enviar “notificaciones” a su familia pero nunca realizó el trabajo necesario. Y Rocío vivió 7 meses en el Hospital San Martín, eludiendo a los guardias, sin que nadie advirtiera el desamparo. Y para el Servicio Local, el Zonal, la Secretaría de Niñez provincial y hasta para los juzgados, Rocío no era más que “un caso difícil”. Una chica….cómo me dijeron, así, “border”. Como si el desamparo social fuera una patología del desamparado.
Pero fue necesario que llamara un abogado y gritara un poco para que hicieran lo que debían hacer: alojar a una niña, embarazada, en situación de calle y en extrema vulnerabilidad social. Y finalmente la alojaron.
Después supimos que Miguel había caído preso. Un robo de una moto. Qué se yo.
Durante dos meses Rocío venía al Foro, buscaba las cosas que le pedía Miguel e íbamos a la Unidad a dejarlas en la puerta, porque ninguna de las dos podía entrar. Había que hacer trámites que en el hogar nunca los iniciaron. Hasta que la expulsaron. Su cara quedó desfigurada en una pelea de cuarto. Y la expulsaron: -“Rocío es difícil”, no se adapta a las instituciones”. “Pelea con sus compañeras”. “Las trabajadoras le tienen miedo”.
– Pero, ¿y a dónde va a ir?
– “No sé, a lo de la madre, la hermana, la suegra”.
Es decir, querían enviarla cual paquete a los lugares de los que ya había sido expulsada sin ningún tipo de reparo. Entonces logramos que la aceptaran en otro hogar maternal, aunque los directivos de la institución se rehusaban porque “no querían trabajar con el Servicio Zonal de Lomas de Zamora”. Y, ¿qué tenía que ver Rocío en sus disputas internas? Y ¿cómo se iba a adaptar Rocío a las instituciones como si nada cuando venía de la calle, de transitar un embarazo, de perder a su novio, de quedarse sola y ser rechazada por su propia familia?
Mientras tanto, el Estado tiene instituciones que se caen a pedazos. Trabajadores mal pagos, sin capacitación, insuficientes y con guardias interminables. Con falta de equipos técnicos y edificios que se caen a pedazos: con goteras, rajaduras, humedad. Falta todo. Falta hasta comida.
Finalmente la echaron del segundo hogar. Y ella prefería la calle al destrato de la institución. Una noche de mucho frío, con el cura de la Iglesia la convencimos de volver al hogar, que la calle era peligrosa, que no podía quedarse ahí, sola. Que en el hogar la iban a cuidar, que la iban a ayudar a tramitar la asignación, el permiso para ver a Miguel, que la iban a vincular con la escuela y podría estudiar algún oficio. Que la iban a prepara para el nacimiento de su bebé. Cuando la convencimos, cuando la fui a buscar y la llevé con su bolsa de frazadas y lo puesto, en el hogar no quisieron recibirla.
-“Pero son las 11 de la noche, hace frío, está embarazada, tiene 17 años, hablamos con el Servicio Zonal y con la Directora de Hogares, y nos dijeron que la traigamos acá”.
– “A mí no me dijeron nada, yo no puedo recibirla, la cocina está cerrada, no hay comida, no hay cama y no hay frazadas”.
Rocío bajaba la mirada, la dejaba en algún punto como perdida. Solo tenía un chocolate que le había dado unos momentos antes. Esa sería su cena, las frazadas que llevaba su abrigo, pero lo que la cubría era un verdadero manto de incertidumbre e inseguridad. Finalmente la aceptaron, de manera violenta y a regañadientes. Al día siguiente la invitaron a irse. Ni bien cruzó la puerta hicieron todos los papeles sobre abandono de medida de abrigo. Esa fue la última vez que estuvo en ese hogar, irónicamente llamado Esperanza.
Entonces se cansó y volvió a la calle. Y se quedó en lo de una amiga donde vivían un montón de personas más. “Pero, ¿no tenés problemas de quedarte ahí?”. Volvió la rutina. Las tardes en el Foro. En el Facebook. Las llamadas de Miguel. Las peleas a la distancia con Miguel. Y otra vez quedó en la calle. Y ahora a lo de otra amiga en Los Hornos. En una casilla, con un montón de hermanos. Y la inestabilidad. Y los turnos perdidos para el control del embarazo. Y entonces llamamos al primer hogar, al que nos dijeron que iban a tratar de acomodar las cosas para que Rocío volviera. Y en el hogar no habían hecho absolutamente nada. En realidad, estaban esperando a que cumpliera los 18 años para no tener ninguna obligación de hacer nada.
Entonces salió en el diario una nota sobre la política impecable del municipio hacia las personas en situación de calle. De programas perfectamente coordinados entre la Secretaría de Desarrollo Social y la Dirección de Niñez. De un parador modelo donde se aloja a las personas y se las asiste hasta con hijos. Y llamamos. Y la nada, y que si ella era de Lomas de Zamora que no tenían nada que ver. Y que si era menor de edad que tampoco. “Pero cumple 18 en un mes, ¿ahí si la van a aceptar?” que no sabían, que tenían mucha demanda. Que pasemos más adelante a averiguar.
Así las cosas. Espero que a alguien le conmueva este relato. Que no perdamos la capacidad de indignarnos. El año pasado denunciamos desde el Consejo Local de Niñez y Adolescencia la situación de abandono y negligencia en la que se encontraba Primavera, quien con insuficiencia renal grave al momento de conocerla estaba sin ningún tipo de tratamiento, en un hogar del Estado. También denunciamos la situación de abandono de las ONGs y Centros de Día. Denunciamos la situación de los chicos de la calle. Y Rodrigo Simonetti apareció muerto. Y en la Secretaría de Niñez me dijeron dos cosas realmente indignantes: que venían trabajando con la familia de Rodrigo y que existe bibliografía donde se fundamenta que los chicos que están en situación de calle es porque quieren estarlo. Primavera murió este año. Tiempo atrás se nos fue Melody y Martín Cantarelli. Entre tantos otros, que se nos van al cielo o a la cárcel.
Ya es la una y media de la mañana del sábado 8 de junio. Esta nota la comencé hace dos horas, cuando todavía era viernes 7, día del periodista. Acababa de recibir un llamado de Rocío, de hablar un rato largo y de seguirla por mensaje de texto, otra vez convenciéndola para que esta noche de invierno, con más de 7 meses de embarazo, no la pasara en las calles del centro. Y entonces me pidió ayuda, una vez más. Y le dije que sí, que la iba a ayudar. Y entonces me puse a escribir. Esta historia tiene que conocerse. Porque la tenemos que cambiar.