Por Marcelo Ponce Núñez* | Sin lugar a duda alguna y como expresión más acabada de lo que podemos denominar mano dura, está la sanción de pena de muerte para los ilícitos o conductas reprochables. Esta tiene años de aplicación en algunos estados, más su implementación, sabido es, que no ha tenido como efecto deseado, la baja en la estadística delictiva por asunción de los sujetos del miedo a la condena.
Sin duda que en la medida en que las condiciones sociales imperantes, específicamente en lo que hace a las posibilidades económicas de los integrantes de la comunidad, no devengan más igualitarias, aquellas diferencias que llevan a unos (pocos) a la acumulación de la riqueza y a todos los demás al reparto de las pocas migajas que caen de la mesa de la abundancia (pobreza e indigencia), generarán por sí violencia y ruptura de las demás reglas que se pretendan imponer. Pues la desigualdad extrema, es, sin duda, la madre de muchos de nuestros males.
Provocar más detenciones, más privaciones de la libertad, más restricciones a las libertades fundamentales. No es el mejor camino para recomponer un tejido social alterado y sufriente desde hace décadas. Y si bien es cierto que con éste discurso, al que muchos pueden tildar de progre, se entenderá que no se le da real solución al problema, cabe afirmar que ello no es así, pues propiciar la igualdad de oportunidades desde el comienzo de la inserción social de los sujetos en nuestra sociedad, será la manera adecuada de cumplir con las mandas constitucionales y por ende con la factibilidad de que como estado, como sociedad, nos plenifiquemos. Y, además, jamás puede denostarse el sistema que proponemos, cuando en realidad éste jamás ha sido aplicado en plenitud, siempre han aparecido los agoreros que lo impidieron.
Y referido específicamente a los niños y jóvenes, que pareciera que hoy son la maldad encarnada (conforme a ciertos mensajes de algunas usinas del poder), cabe referir aquello que decía uno de los referentes más importantes de nuestra región, que ofrendó su vida por ellos: “No tenemos que cuidarnos de nuestros pibes, tenemos que cuidar a nuestros pibes” (Carlos Cajade).
Los pibes son el presente y además desde ése, su presente, serán nuestro futuro como sociedad. Es por ello que debemos cuidarlos, mimarlos y hacerlos crecer en un ambiente que tienda a revalorizarlos como personas y donde sus derechos alcancen la plenitud, que nos permita volver a soñar con una niñez privilegiada, que en lo futuro nos anuncie una ancianidad digna.
Para todo ello deberá, primordialmente, reflotarse la cultura del trabajo y ella sostenida desde salarios dignos que permitan a quienes así se desempeñen, llevar el pan ganado a la mesa hogareña. La mano dura va por senderos oscuros, nos lleva a sostener la desigualdad, pues es la única respuesta a comportamientos sociales, que si bien, desviados, son a su vez respuesta de necesidades básicas insatisfechas.
* Coordinador del Hogar de cajade de la “Madre Tres Veces Admirable” y miembro del área jurídica del Foro por los Derechos de la Niñez y Juventud de la provincia de Buenos Aires.