Se llama Rocío y no hay Hogar de Menores que la cobije. La expulsaron de casi todos. Embarazada de 7 meses, duerme en plazas o en la puerta de edificios platenses.
Esta es la historia de una piba pero también la de un sistema que apena. Rocío, se llama la piba. Tiene 17 años y ojos endurecidos y tristes color café. Habla rápido, con chispa. Esta es su historia, que puede contarse desde la primera vez que la echaron de un Hogar de Menores, cuando apenas era una nena, o desde la última y ya imposible en que recuerda tener una casa propia. Hace poco, tras caer internada luego de una pelea en uno de los tantos hogares por los que pasó, se enteró, desfigurada y sin saber a dónde ir, que estaba embarazada. Ahora ya son siete meses de embarazo. Rocío, la de la mirada tierna y desafiante. Cumple dentro de poco, el 8 de julio, 18 años. Cuando lo haga, cumplirá también la mitad de su vida bajo la tutela del Estado. Aunque decir tutela, en realidad, resulta a esta altura un eufemismo casi tan absurdo como decir Estado.
“Me críe con una tía porque mi mamá me abandonó a mí y a mis tres hermanos -cuenta ella, serena y natural-. Mi papá vive en Lanús y dijo que no me puede tener. Varias veces quise encontrar a mi vieja. La busqué y di con la casa donde estaba. Pero una vez, la última, salió con un arma, me apuntó a la cabeza y me dijo que no la molestara más, que no la buscara”.
Desde los nueve años Rocío da vueltas de Hogar en Hogar. O en la calle. Estuvo en cinco instituciones de Lanús y luego, a los 14 años, llegó a La Plata y pasó por diez Hogares para chicos. Los resultados están a la vista: tras ocho años de estar bajo el sistema de guarda estatal, Rocío vive en situación de calle, embarazada y sin nada para comer. Tiene edad para votar pero no tiene documento. Lo único que tienen son unas frazadas que carga de aquí para allá y una cuenta de Facebook donde vive su historia de amor con su novio y papá de su hijo, preso pero para ella presente.
Los lugares por donde anduvo en todos estos años son un derrotero de rincones, pasillos o plazas que cualquiera quisiera olvidar. Estuvo siete meses en el Hospital San Martín, en el hall de entrada, eludiendo las guardias sólo para poder dormir. Vivió en la plaza Matheu, en la plaza Moreno y hasta durmió una última noche de institución en un lugar que tiene la ironía de llamarse Esperanza. De ahí también la echaron.
“Pasa que me peleo porque las pibas cuando entrás se te plantan y vos no podés arrugar -dice ella, carita de nena, panza de madre-. En el Esperanza me dijeron que no podía quedarme porque ya había estado. Antes me habían echado del Arrullo y así me quedé sin lugar a donde ir, en la plaza. Y fue en una noche de plaza, en septiembre pasado, cuando me agarró peritonitis y casi me muero. Ahora estoy bien. Ya no bardeo con las drogas. Antes sí. Merca, faso, pegamento. Ahora hace cuatro meses que nada. Por mí y por mi hijo. Tengo una vida adentro y la quiero cuidar, qué se yo”.
¿Y EL ESTADO?
El papá del bebé, Miguel, tiene 20 años y anduvo con ella hasta que se pelearon una noche y no se volvieron a ver. Al tiempo él terminó preso por el robo de una moto. Ella, sola y embarazada y sin saber qué hacer.
Recurrió al Foro por los derechos de la Niñez, Adolescencia y Juventud de la Provincia de Buenos Aires, donde había parado unos días atrás con Miguel a la espera que algún centro, sistema zonal o alma caritativa del Estado se acordara de ella. Pero no. Todos la conocían pero nadie se acordó. Desde el Foro llamaron a un Hogar. Después a otro. Y a otro. Y a otro más. Las respuestas siempre fueron distintas pero iguales: que la chica es del zonal de Lomas de Zamora, que es conflictiva, que no se adapta, que es de otro municipio, qué cómo se sabe qué está embarazada de verdad. De todo, para nada.
Rosario Hasperué, coordinadora del Foro y uno de los pocos brazos que encontró Rocío para sentir algo de abrigo y contención, algo de humanidad, lo resume con dolor: “una noche de mucho frío, con el cura de la iglesia la convencimos de volver al Hogar, que la calle era peligrosa, que no podía quedarse ahí, sola. Que en el Hogar la iban a cuidar, que la iban a ayudar a tramitar la asignación, el permiso para ver a Miguel, que la iban a vincular con la escuela, al estudio de algún oficio. Que la iban a preparar para el nacimiento de su bebé. Que tenía que estar preparada para eso. Cuando la convencimos, cuando la fui a buscar y la llevé con su bolsa de frazadas y lo puesto, en el Hogar no quisieron recibirla”.
Lo que cuenta Rosario es parte de un sistema kafkiano pero acaso más humillante y perverso. Como un Proceso del subdesarrollo. Y lo que debería ser un escándalo de asombro es parte ya de un estado natural que a pocos asombra. “El Estado tiene instituciones que se caen a pedazos -resume Rosario-. Trabajadores mal pagos, sin capacitación, insuficientes, con guardias interminables. Con falta de equipos técnicos. Y los edificios en las mismas condiciones. Con goteras, rajaduras, humedad. Falta todo. Falta hasta comida”.
La historia es nueva pero conocida. Hace tiempo que jueces, defensores, especialistas y hasta el propio Centro de Protección de los Derechos de la Víctima del ministerio de Justicia y Seguridad bonaerense coinciden en que no se cumple la ley que establece las condiciones de atención y tratamiento de menores en riesgo. No hay centros especializados para casos de adicción. No hay lugares preparados para recibir a nenas madres. Como dice Rosario: “Falta todo, hasta comida”.
Luego de dejar el Hogar Esperanza la última vez, tras una larga lista de lugares donde no pudo quedarse porque no era de tal municipio o de tal zonal o porque simplemente era conflictiva y brava y nada más, Rocío recaló en lo de un conocido de una conocida y allí vive, en una casilla de Los Hornos con un montón de chicos todos apretados y a la espera de que alguien la ayude a ella y a la vida que tiene adentro.
“A veces trato de acordarme de la última vez que tuve una casa y no me sale”, dice, y se ríe triste o resignada, como si algo de todo lo que cuenta valiera ser subrayado con una sonrisa o mueca de resignación.
HISTORIA CONOCIDA
La historia de Rocío es la historia de una nena sin infancia pero también, se nota, la de un sistema que se parece más a un laberinto incierto que a una posibilidad para ayudar en serio, de verdad, a los pibes que menos tienen. Una historia con varios nombres y finales tristes. “El año pasado denunciamos la situación de abandono y negligencia en la que se encontraba una chica llamada Primavera, quien con insuficiencia renal grave al momento de conocerla estaba sin ningún tipo de tratamiento, en un Hogar del Estado -recuerda Rosario, incansable, ejemplo-. También denunciamos la situación de abandono de las ONGs y Centros de Día. Denunciamos la situación de los chicos de la calle. Y Rodrigo Simonetti (tenía 11 años y el 4 de junio de 2012 fue hallado en un callejón cercano a 15 y 526) apareció muerto. Y en la secretaría de Niñez me dijeron que venían trabajando con la familia de Rodrigo y que existe bibliografía donde se fundamenta que los chicos que están en situación de calle es porque quieren estarlo. Primavera murió este año. Tiempo atrás se nos fue Melody y Martín. Entre tantos otros, que se nos van al cielo o a la cárcel”.
La historia de Rocío es una de tantas, porque es también la historia de un país que a veces parece medieval. Un país donde algunos chicos todavía andan en carros tirados por caballos, familias enteras viven en casas de chapa y pisos de tierra y hombres y mujeres y nenes encuentran su techo en la plaza o en la calle. País medieval. En él, historias como la de Rocío, Miguel o Rodrigo son la cara rabiosa y sincera de un drama que, como pocos, desnuda la vida de cientos de pibes que sufren y crecen sin nadie que los cuide. Allá. Acá nomás. En cualquier esquina, plaza, semáforo o mesa de café. Como Rocío. Como tantos.
Fuente: Diario El Día – Facundo Bañez