Por Florencia Alvarado Torres. Antropóloga social y cultural. El “micromachismo” es el nombre que se le ha dado, en algunas culturas occidentales hispanohablantes durante los últimos años, a determinados aspectos del patriarcado cuya representación se manifiesta en “pequeños” actos, formas de pensar, presentar y representar al otro y a uno mismo. Es el machismo “que no se ve”, y lo encontramos, en actos públicos y/o privados, individuales y colectivos. Está en todas partes porque nuestra cultura (más allá de los significados particularizantes que le asignemos) se encuentra enmarcada en una tradición de pensamiento caracterizada por la razón, es decir, por el pensamiento racional patriarcal en el cual uno de los pilares fundamentales es precisamente el concepto de razón.
La razón se opone a la emoción, la fuerza a la debilidad, la producción a la reproducción: “Si naces macho tienes una finalidad y si naces hembra tienes otra”.
Es el pensamiento finalista aristotélico (Aristóteles, siglo V a. C.) es decir, la creencia -o más bien la certeza- expresada en el determinismo biológico (nacer con un sexo determinado) implica una serie características sociales y culturalmente consideradas como las esperadas o adecuadas para un ser humano. Y siguiendo con las relación diádica -de a dos- de oposciones, el ánimo se antepone al ánimus (ánima/ánimus). El arquetipo o modelo ideal masculino (ánimus) siempre vinculado al logos (la razón), en oposición al ánima (alma) considerada ésta el arquetipo de la naturaleza femenina por excelencia, tal y como lo atestiguan diversas corrientes de pensamiento occidental. En el mismo orden de ideas, otro ejemplo es el relacionado con los cambios de ánimo (ánima) en las mujeres vinculados (por la biología hegemónica y otras disciplinas) a los ciclos menstruales y a su órgano causante: el útero. Estas asociaciones, entre otras tantas, hunden sus raíces en los más profundos y oscuros razonamientos patriarcales europeos. Los mismos que en el siglo XVI azotaron y aniquilaron a nuestras culturas prehispánicas, sus símbolos y sus fantasmas, habitan en nuestros cuerpos hasta nuestros días.
Por otra parte, en nuestra lengua también encontramos gran variedad de ejemplos, cuando decimos “ellos”, “los hombres”, “todos”, “los “alumnos, “mis hijos”, “estamos reunidos”, etc. La lista de posibilidades es casi infinita, la variedad léxica del inventario de la lengua española, así lo demuestra. Para la Real Academia Española (RAE) los desdoblamientos son “innecesarios y generan confusión”. La mención explícita del femenino sólo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto (¿Y cuándo no lo es?). Además considera que si hablamos de “los alumnos” ésta es la única forma correcta (!) de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos varones. Siguiendo este orden de ideas caben las siguientes preguntas:
¿Es lo masculino neutral?, ¿Por qué no decir “ellas” para referirnos a la totalidad?
(Al final de cuentas qué es lenguaje si no una representación de las formas de ser y estar en el mundo).
Al respecto un ejemplo de la vida cotidiana nos puede ayudar a seguir reflexionando sobre los significados que envuelven al llamado micromachismo. Por las redes de Internet se dio a conocer el caso de una conocida marca de ropa para niños/as que anunciaba la nueva colección con la siguiente inscripción en la etiqueta de sus prendas:
Para ellos “inteligente como papá”; para ellas “linda como mamá”.
La presión social no se hizo esperar y provocó la retirada inmediata de aquellos artículos con publicidad discriminatoria. La causa de la denuncia en aquel país fue sexismo y/o también conocida como violencia simbólica. En nuestro territorio durante los últimos años se ha avanzado bastante (aunque no lo suficiente) en el marco legal en cuestiones de género, pero en el terreno de las costumbres cuesta todavía aún más: emociones, modos de pensar (y de pensarse) son aspectos más difíciles de cambiar porque han estado presentes desde los primeros días del llamado proceso de socialización.
Similares ejemplos conviven día a día en la gran pantalla nacional con anuncios de TV que explotan los arquetipos (o estereotipos idealizados) femeninos y también masculinos. Los más recurrentes: mujer = gasto; hombre= trabajo; mujer = histeria (o cambios de humor como comentaba anteriormente); hombre= estabilidad; productos de limpieza = usuaria mujer, etc. Caer en estas banalizaciones dificulta un diálogo sincero con el otro y constituye una de las formas más habituales de reproducción de las desigualdades de género. Para generar un cambio desde las bases, considero fundamental, comenzar a reflexionar de manera crítica en éstas y otras cuestiones vinculadas al género y la niñez.
Espero haber contribuido al necesario ejercicio colectivo para cuidadorxs de otros (nuestros niñxs y jóvenes) pero también y principalmente de nosotros mismos. El cuidado como un modo de ser/estar en el mundo no escapa a ninguna mirada y por este motivo es necesario su observación desde diferentes perspectivas. La vida en relación mediante el respeto a la diversidad y la igualdad en y desde la Niñez constituye el objetivo principal del presente.